Bitácora de mi “¿vas a viajar sola?”

Este año me fui a Río de Janeiro. Tenía ese viaje pendiente desde hacía varios años y finalmente me animé a comprar el ticket e ir sola.

Tengo que admitir que el pánico aumentaba a medida que se acercaba esta aventura. Y a pesar de que un par de amigas quisieron acompañarme, rechacé sus ofertas porque realmente quería retarme. Quería escribir una historia distinta en mi cuaderno.

Cuando empecé a comentar sobre mi viaje, mi miedo poco a poco se transformó en incomodidad; la mayoría de las personas –no todas– me repetían las mismas preguntas:”¿vas a viajar sola?“, ”¿estás segura?“, ”¿por qué no vas con alguna amiga?“, ”¿nadie te quiere acompañar?“. Por eso decidí no comentar más ni postear nada en redes y esperar a compartir la experiencia a mi retorno. Quería demostrarles, pero, sobre todo, demostrarme que sí podía hacerlo.

Movida por mi rebeldía, intenté explorar Río como mochilera. Hice mi reservación en un hostel de Copacabana; como se trataba de mi primera experiencia en un hostel, solicité una habitación para compartir solo con chicas.

Antes y durante el viaje pedí recomendaciones para armar mi propia ruta. No contraté tour alguno –bueno, solo uno– porque desde un inicio busqué descubrir cuál era mi comportamiento ante diversas situaciones. Por fortuna, mi viaje coincidió con la celebración de la Copa América, no saben cómo me emocionaba la idea de poder conectarme conmigo misma y con otras culturas.

Sin duda alguna, esta fue una de las mejores experiencias de este año. Este viaje fue especial. Disfruté cada uno de los días. Nada resultó como lo planeé, me equivoqué muchas veces al tomar el tren, me perdí y terminé en lugares que no había mapeado. ¡Qué buena suerte!

Por perderme llegué a la Biblioteca Nacional de Brasil y pude asistir a una exposición de uno de sus más recordados escritores de literatura infantil, caminé por lugares acogedores y cuando, finalmente, llegué al destino que quería, presencié un atardecer tan bello que regresé a aquel puerto al menos tres veces más. Se convirtió en mi lugar favorito de atardeceres. Ese día, reconocí que el no tener un itinerario rígido era una ventaja; tal vez si llegaba a aquel puerto durante el día, no hubiera querido regresar y además me hubiera perdido aquella exposición y la oportunidad de estar rodeada de libros por la mañana.

Subí al Cristo de Corcovado caminando, empecé el trekking con emoción, pero fue complicado llegar hasta el final, me detuve a la mitad del camino por una piedra que no podía escalar. De hecho, algunas personas se regresaban. Cuando intenté subir esta piedra sentí que me resbalaba, me sentí derrotada, pero no quería regresar. Esperé un momento hasta que apareció un chico que tomaba el mismo camino. Gracias a él superé ese reto, me ayudó dándome una mano y además animándome a seguir. Cuando llegué a la cima, la vista fue mi recompensa. Ese día aprendí que los retos personales no necesariamente se enfrentan solos y que siempre habrá alguien dispuesto a ayudar.

En el hostel, por las noches nos reuníamos diferentes nacionalidades a compartir nuestras experiencias; en esos espacios conocí a un grupo de argentinos buena onda con los que rompí el hielo al hablar de mi cantante favorito y de Fito Páez. Conocí a un chileno que me animó a explorar más el mundo, me dijo que ya había dado el primer paso. Conocí a un grupo de colombianos con los que fui el último día a la Piedra del Telégrafo y celebraron conmigo a distancia cuando pasamos a la final. Me enteré de que los uruguayos eran como nuestros mejores amigos. Tuve una “drinkjamada” con las chicas de la habitación. Realmente espero que algún día vuelva a coincidir con estos personajes.

En aquel viaje me atreví a muchas cosas, no solo a explorar lugares, no solo a conversar conmigo misma; sino que me atreví a conocer personas y a observarlas también, veía cómo disfrutaban de sus viajes; veía cómo los viajes nos hacen bien. No solo lo digo basándome en mi experiencia, sino en los rostros que observé y las experiencias de los viajeros que conocí. Después de ese viaje realicé unos cuantos viajes más. Yo era mi compañía.

Disfruto viajar con mis amigos y con mi familia, pero mis viajes sola me aportan otras experiencias, tan espectaculares que desearía que todos podamos tener esa oportunidad, la oportunidad de poder ver cómo sale el sol desde el Atlántico después de haber vivido diez días increíbles. Me gustaría que me compartan sus experiencias de viaje, esos viajes que hicieron solos o acompañados; estoy segura de que ustedes construyeron otras reflexiones.

Publicado por Gabi Silva

Escribo porque la memoria es ingrata. Escribo para perpetuar recuerdos que no quiero olvidar.

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