Temporales

Concentrada en ver las olas romper en el horizonte, preparándose para acoger al sol mientras éste se despide de mí; alguien tocó mi hombro derecho y me saludó. Era él, era aquel hombre que hace diez años fue un personaje especial en mi vida.

No había sido consciente de cuántos años habían pasado hasta que lo tuve frente a mí. Él había cambiado y no solo en sus modos de hacer, su ser era distinto: más citadino, más empresario, cabello corto y bien acomodado, apresurado y estructurado en sus narraciones. En aquel momento reconocí que él también se había dejado transformar por la esencia del otro; tal vez por la mía, la de hace diez años cuando nos conocimos.

– ¡Qué sorpresa encontrarte aquí, sentada con una cerveza contemplando el mar! – comentó genuinamente sorprendido.

– No es una sorpresa para mí- respondí. Me mudé a este pueblo seis años atrás, terminé mi maestría y decidí vivir cerca del mar.

– ¡Vaya! Todo esto que compartes me sorprende más aún. Me alegra saber que te enamoraste del mar. Yo lo extraño, lo dejé por vivir en la ciudad. Tú te veías tan feliz en ella; por ello, al despedirme de ti, muy curioso quise descubrir tu mundo y me quedé ahí- replicó.

– Esa misma curiosidad me animó a vivir acá y, al igual que tú, me quedé aquí- sonreí. Sonreímos.

Quise decirle muchas más cosas aún, pero no pude; estaba anonadada porque descubrí que vivía ahí por su influencia indirecta. Porque ahora los rituales que realizo, los adopté de él: yoga frente al mar al despertar, natación al mediodía y cerveza al atardecer. Claramente no todos mis actuales rituales los adopté de él, pero todos los que me mantenían enamorada del mar, sí. Todo esto pasaba por mi cabeza mientras lo tenía frente a mí.

Ambos, queriendo decir muchas cosas aún, pero sin poder hacerlo, nos despedimos. Él continuó caminando con sus pies descalzos, casi arrugados por el agua y por la edad. Yo, mirando al horizonte con mi cerveza caliente, recordando a las diferentes personas que escribieron historias conmigo.

Él fue una de ellas, pero no la única. Ese día cerré mi día recordando a todas las personas que se fueron; que murieron sin morir; que murieron realmente; que al final de todo fueron fugaces, pero eternas fueron sus huellas en mí: mi café por la mañana, mi lectura al dormir, mi libreta de cabecera, mi escribir para calmar, mi canción favorita en la euforia y en la tristeza y, así, todos los “mis” que fueron “suyos” al principio.

No creo extrañarlas. Bueno, a veces, una vez al año cuando las memorias vuelven como furiosas tormentas. Y aún sin creer extrañarlos, agradezco a quienes me heredaron mis actuales rituales. Quien sabe, tal vez estos han sido heredados también por aquellas personas para las que fui solo momentos, por las que también fui temporal.

Publicado por Gabi Silva

Escribo porque la memoria es ingrata. Escribo para perpetuar recuerdos que no quiero olvidar.

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar